27.4.08

El regidor omnipresente

Esta tarde fui a un concierto. La primera parte era el Piccolo Mondo Antico de Nino Rota, con una pianista canadiense que me pareció estupenda. Con la orquesta a todo trapo, el piano seguía presente y brillando.

Hubo un momento en que hacía un solo virtuosista e impresionante, y al finalizar, cuando se adivinaba la reentrada de la orquesta, sentí un instante de pánico: creí que el público se iba a arrancar en aplausos, sin respetar la música ni el momento.

Desde luego, no fue así. Pero qué estragos, qué daño tan enorme ha hecho en mi alma Operación Triunfo.

16.4.08

El espejo

Hace unos meses entré en un grupo musical. No quiero dar nombres, ni hacerles una publicidad que no merecen. Al día siguiente, mientras nos preparábamos para una actuación, viví cómo su director expulsaba a uno de sus miembros -seguramente el más brillante- de un modo injusto y violento, sin derecho a réplica.

En este caso, el líder tomó una decisión errónea, azuzado por alguien cercano. Lo hizo en un lugar inapropiado, con palabras inadecuadas y ante personas que jamás debieron presenciar aquella escena. Horas más tarde, se disculpó ante el resto del grupo con lágrimas y buenas palabras. No ante la persona agraviada.

Para una semana después estaba pendiente una actuación que muchos de ellos consideraban la más importante de la vida del grupo: en la propia ciudad, en el acto festivo de más importancia del año, con televisión en directo y toda la parafernalia mediática local. En mi opinión, el momento ideal para hacer valer la idea de grupo, presionar y que se reparase la injusticia, o que se fuera todo al garete.

Desde luego, todo ocurrió como era previsible. Como en un guión ya sabido y sobado, de puro repetido.

En mi caso la cosa estaba clara, y no contaba: acababa de llegar, esa persona me había introducido, y además es mi profesora y amiga. De los demás, prácticamente todo el grupo tuvo llamadas o mensajes de apoyo para con la expulsada. Pero de todos ellos, únicamente tres personas se plantaron y la apoyaron. El resto se limitó a justificarse: "sólo soy un miembro, yo no decido", "es que si me voy ahora estoy puteando al resto", "vamos a pasar la actuación y luego aclararemos las cosas". Eran formas de soslayar la realidad: nadie está dispuesto a perder algo -dinero, viajes, aplausos, diversión- a cambio de una idea.

Aunque la idea sea la de amistad, honradez o decencia.

Era un grupo musical, pero podría haber sido cualquier otro: de amas de casa o de paracaidistas, la cosa siempre funciona igual.

Quede claro que no me arrepiento, esta vez igual que tantas otras. Generalizando, no creo que por las noches ellos -los infames, los traidores, los vendidos, los peseteros- duerman peor. Antes al contrario, seguro que duermen estupendamente, repachingados en el éxito y rodeados por la complacencia de quienes pertenecen a su estirpe, que inevitablemente es la ganadora.

En la infancia vamos juntando piezas, con las que durante la adolescencia nos construimos a nosotros mismos. Según parece, ese edificio interior no cambia una vez formado. Tal vez por eso ya no llevo la cuenta de las veces que en aras de alguna de esas tres palabras o de alguna más lejana he perdido dinero, oportunidades profesionales o reconocimiento. Creo que nunca he obtenido una compensación posterior, al menos en lo visible. Aunque si de lo visible hablamos, lo que sí tengo muchas veces es la sensación de que se me queda, cada vez, la misma cara de gilipollas.

2.4.08

Los acólitos

Yo también pasé por ello, por eso lo conozco de primera mano. No es fácil cambiar tu vida y tus costumbres en aras de algo tan complicado e ilusorio, y donde el final del camino puede ser el más absoluto de los fracasos. De hecho, las probabilidades siempre apuntan a que muchos fracasarán. A veces resulta sorprendente conocer a gente estupenda que no logró pasar, mientras que otros tan inútiles que rozan la perfección lo consiguen.

En nuestro caso, han sido dos años de trabajo. De darle vueltas al temario y a la cabeza.

Por mi parte, buscando siempre la cantidad adecuada de presión, de materia y de dificultad. No es fácil mantener el estímulo durante tanto tiempo, crear interés y evitar el aburrimiento. Por la suya, luchar cada uno con sus problemas: familia, trabajo, los propios miedos. Cada uno con sus puntos fuertes y débiles.

Hablo por mí, que no me jugaba más que mi tiempo y mi orgullo, y si acaso una hipotética -ni buena ni mala, porque aún no existe- reputación como preparador. Ha sido un tiempo muy duro, una experiencia tan agotadora que no tengo claro si sería capaz de repetirla.

Supongo que un profesor que se cuide será capaz de sustraerse a todo aquello que se salga de la materia que trata: explicar y hacerse comprender. El trabajo que cada alumno desarrolle, sus historias personales y sus problemas son únicamente suyos. Pero para mí eso es imposible. Durante este tiempo he acabado por meterme en el pellejo y en la vida de los cuatro que llegaron al final, y no hay cosa peor que empatizar: entiendes a los demás y sufres con ellos. Sus nervios, su cansancio y sus inseguridades acaban siendo tuyos.

Por eso precisamente entendí muy bien la felicidad de una de ellas al terminar los exámenes: con independencia del resultado, era el final de un duro y largo camino. Del cual lo mejor ha sido aquello que no se puede remunerar ni valorar de ningún modo: cuatro personas estupendas, a las que he enseñado algunas cosas, y de las que he aprendido mucho.

Gracias, majos. Hasta siempre.