31.10.07

La secta

Sus acólitos no se distinguen, en apariencia, de cualquiera que pasee por la calle.

Sin embargo, estos fines de semana se están reuniendo por millares. Colapsan las carreteras por las que se dirigen a su destino, los hoteles de la ciudad a duras penas pueden ofrecer alguna habitación libre.

Charlan en un lenguaje críptico para los no iniciados. Se cuentan sus esperanzas, de qué modo se han preparado, a veces durante años, para ese momento.

Puntualmente empieza la ceremonia: se organizan alrededor de los locales donde han sido convocados, y mientras un oficiante les reclama por su nombre, otros esperan de modo paciente -casi borreguil- el momento de ser llamados.

(aquí, un paréntesis: sólo ellos pueden saber lo que ocurre allí dentro)

Al salir, con la mirada ligeramente perdida y los ojos tenuemente brillantes, intercambian experiencias, cuentan a quien les esperaba fuera.

Algunos parten, otros esperan que sea el momento en que se juzgarán a si mismos, si estarán a un paso menos de entrar en ese cielo que ansían.

Uno de los celebrantes aparece como un nuevo Moisés, con las tablas por las que cada uno de ellos podrá juzgar sus aciertos, omisiones y pecados, sabiendo que por cada uno de éstos deberá pagar, tal vez muy duramente.

Para la mayoría, todo habrá terminado, tal vez para siempre, tal vez por años. Los más afortunados aún habrán de pasar nuevas pruebas para formar parte de los elegidos.

Y uno mismo no es en absoluto ajeno a todo ello.

11.10.07

Día de fiesta nacional

Es la pera. Llevaba un tiempo sujetándome para no desbarrar y no desvaríar. Pero él lo ha logrado.

Me da igual, señor. No me siento ni orgulloso ni avergonzado de nacer donde nací, de vivir donde vivo y de hablar lo que hablo. Si de algo me enorgullezco es de pensar por mí mismo y mantenerme ajeno a sus consignas, y a las de los otros. Y si de algo me avergüenzo es de que me representen señores como usted y su padrino en la sombra, con independencia de que haya sido con mi voto o no.

Ustedes sólo agudizan mi esquizofrenia.

Como soy un sensible, me cabrean los patrioteros, los nacionalistas y los independentistas por igual. Sean españoles, polacos o bosnios.

Como soy un insensible, me traen al pairo las banderas, los himnos y los símbolos patrios. Es más, siento un autismo cerril ante la idea de la patria, que ni fu ni fa, ni do ni re.

Como la música es parte de mi vida, y sí que me toca en lo hondo, cuando llegan días tan señalados tengo en mi mente una canción que representa lo que pienso y siento. Brassens, traducido por Paco Ibañez; en concreto este trocito:

Cuando la fiesta nacional
Yo me quedo en la cama igual,
Que la música militar
Nunca me pudo levantar.
En el mundo pues no hay mayor pecado
Que el de no seguir al abanderado

Y ya puestos, tengo claro qué pueden hacer ustedes con sus himnos, sus banderas y su orgullo patrio. Y cuál es el único gesto que muestra lo que les guardo en mi corazón: éste.